Queridos en Ámense:
Comenzamos hoy el
Santo Triduo de Pascua.
Ya las lecturas de estos días anteriores, dentro de
la Semana Santa, nos muestran la creciente tensión que vivió Jesús antes de
padecer; cómo los bloqueos a Su Luz se fueron manifestando más y más, incluso
en personas que se beneficiaron de sus obras y de sus palabras. Taparon sus
oídos y cerraron sus ojos para no aceptar el cambio que su Verdad traía,
cerrazón que llegó a consolidarse, aun más, en aquellos que dominaban el poder
social y religioso, llegando a establecer estrategias y políticas hacia las
masas, para lograr matarlo.
Nada hay, ni puede haber hoy jueves, mañana viernes,
y pasado mañana, que nos lleve a distraernos de esta verdad; pues Su Gracia ha
sido dada y derramada para todos aquellos que se den cuenta, y logren
conectarse con esa realidad de Vida, que sigue sucediendo hoy.
En efecto, ¡Cristo sigue siendo tratado
desconocidamente, enjuiciado, condenado y mal tratado! No ya sólo en su
Persona directamente; sino también en los hijos de Dios, que somos un mismo
Cuerpo con El. ¡Atención, hermanos y hermanas! Hay que parar,
detener todo quehacer, toda idea, todo pensamiento, toda distracción, toda
“urgencia” que nos haga separarnos de esta Verdad; pues todo esto tiene que ver con lo que ha
sucedido en mi persona, cuando era aún un niño, cuando los mayores que me rodearon -aún cuando me educaron con el mejor deseo- pudieron tratarme también desconocidamente;
cuando fue dañada mi inocencia, cuando no fui comprendido, ni asistido en mi
necesidad, cuando percibí, vi y oí gritos, peleas, discordias, rencores, odios,
malos tratos, ansiedad, desenfreno, desamores… a mí alrededor. Cuando, en el
momento que lo necesitaba, no recibí un beso, ni una caricia, ni una palabra de
amor, ni un abrazo; sino ausencia, incomprensión, intolerancia, pesadez, rigidez
y culpas…
Mi vida está llena de esas mismas bofetadas, esas
burlas, esas espinas, esas magulladuras, esos latigazos, esas ofensas, esas
traiciones, esos clavos, esa cruz, esa sangre, esa sed, ese hastío, ese
abandono… que experimentó Jesús en su Pasión. Entonces, ¿Qué haré?, ¿todo está
perdido? Puesto que mi vida está cargada de daños ¿podrá salir de mí algún
bien? ¿Podré realmente parar esa cadena de males? ¿No quedará mi vida más bien
como apagada, o desconcertada, oprimida, resentida, o re-activa, defensiva,
agresiva, o vacía, ansiosa, tratando de huir y huir, buscando refugiarme en
placeres, distracciones y evasiones en general? ¿No llegaré así, a convertirme en uno más
de los que gritan, enjuician, ofenden, mal tratan, escandalizan, traicionan,
abandonan y matan al inocente, quien
puede ser ese otro hijo de Dios, mi semejante (especialmente mi esposa-o, mi
hermano, mi hermana, y hasta mi propio hijo-a)? ¿Y ese otro,
en realidad, no es también como yo, un inocente, con una historia de daños a su
esencia más profunda?
¡Padre, Piedad! ¿Cómo librarnos de este círculo
cerrado?
¡Atención a todo el que va de Camino! Parémonos, un
rato al menos, a mirar a ése que pasa así tan sufrido, mirémoslo en nosotros
mismos; pero lleguemos hasta el Final de esta historia. Mirémoslo llegar a su
última hora, oigamos sus últimas Palabras y quedémonos atónitos, perplejos, al
ser testigos de un corazón tan Grande, de una Sabiduría tan poderosa, de un
Bien tan asombroso; cuando dijo: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen” Ya con esas palabras empieza a
romperse el círculo cerrado; empieza a abrirse paso la sinceridad del corazón,
el dolor profundo que nos embarga a todos, y que nos hace huir del Bien y
rechazarlo. Empezamos a tomar conciencia de nuestro no saber lo que hacemos, empezamos a dejar de ignorar nuestra
ignorancia, empezamos a descubrir un torrente de amor que sale de ese Hombre inocente
que padece por nosotros, nos sentimos totalmente fuera de nuestras “zonas de
confort”, de nuestros hábitos rutinarios, de nuestra mediocridad! ¡Ay, por Dios!
¡cuánto Ignoramos de Ti! Más aún ¡Cuánto ignoramos de nosotros mismos, de
nuestros padres, de nuestros niños, de nuestros semejantes! Piedad, Padre,
Piedad! No nos trates como merecen
nuestros pecados, porque No sabíamos lo que hacíamos ... OH Dios este dolor
es muy fuerte!, es como un hondo abismo de sin sentido; ¡Oh Dios! Permíteme
llorar amargamente con Pedro que te negó tres veces, ¡Permíteme acogerme a ti,
a ese Perdón que reclamas para mí ante el Padre Nuestro! Casi siento que no
puedo, que mi corazón no está preparado para abrirse a tanto perdón y a un Amor
tan increíble.
Pero para no quedarme solo y resistir tu total
silencio, al verte luego muerto, pusiste tus ojos en esa hija de Israel, esa
mujer protegida e intacta, purísima y llena de Gracia, la que sí sabía, la que no ignoraba, la transida
de puro dolor, y dijiste: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y a Juan, “Hijo, ahí
tienes a tu madre”. Sabemos que así nos dejaste a tu santísima Madre para
apoyarnos, para permanecer con nosotros en todos los momentos, para poder hacer
ese camino de la vida superando nuestros daños, liberados, para poder abrir los
brazos como tú y lograr recibir el abrazo del Padre, que nos acoja en su
Reinado de Amor.
Es María, esa mujer, pero muy bien pudo ser tu
mensaje también para toda mujer, representada en las otras dos Marías (la
Magdalena y la de Cleofás), que pasaron a estar también de pie junto a tu Cruz,
como tus familiares más allegados. Gracias a Dios todos nosotros empezamos nuestra
existencia en el vientre de una mujer y, encontramos aquí un llamado muy grande
a la dedicación de las madres y de los Padres hacia sus hijos, para empezar ya
a romper la cadena de males que se origina en la rivalidad, en el desamor entre
el padre y la madre, el hombre y la mujer.
Vivamos todos esta Pascua, detenga cada cual su
momento, hágase responsable, y asuma, cada hijo de Dios, la acogida amorosa de
la Madre del Cielo, el Perdón infinito del Padre y la Amistad sincera de
nuestro Hermano Jesús, que es la que nos salva de todos nuestros males.
Veámoslo morir y hagamos duelo, haciendo seguimiento
de su Eterno Silencio, dejando que quede al descubierto lo que esconden las
tinieblas de nuestro inconsciente, dejando reaccionar nuestro corazón languidecido,
y haciendo que re-avive su ritmo y su fuerza, al recibir la energía y el calor
del Amanecer dichoso de ese Domingo sin ocaso, que nos abre las puertas del
Cielo; que nos permite asociarnos al Triunfo –por puro amor-del inocente,
pudiendo así aclamar con infinito gozo: ¡Aleluya!,
¡Aleluya!
Alberto y Sara
Miami-Dade, Florida
Jueves Santo, 2015