Hoy se cumplen 14 años del trágico suceso del 9/11, coincidentemente
amanecimos, tanto Alberto como yo, un tanto "en baja", no estábamos
claros del por qué, y en cuento vimos las noticias, supimos la causa: ¡cuántas
pérdidas en solo unos minutos, aquella mañana!
Vienen a nosotros recuerdos de esos instantes en los que veíamos algo
por la TV que parecía un filme de acción, de los que ponen, de gran imaginación
y de hechos fantasiosos; sin embargo, cuál no sería nuestro estupor al
constatar que se trataba de una realidad, que estábamos viendo: la muerte de
miles de personas, padres y madres de familia, de jóvenes y mujeres y hombres
que nunca pensaron, al despertar ese día, que su final, en la vida terrena,
llegaría de esa manera.
Cuando tomamos la decisión, por separado nosotros dos, de salir para
el lugar, dadas las condiciones de vida de cada cual en esos momentos, y
partimos hacia allá, ¿cuál no sería nuestra sorpresa al sentir la vivencia de
un dolor social tan impactante que propiciaba la unión de tantas y tantas
personas? ¡Cómo una ciudad como New York, se encontraba anonadada y casi
devastada! El olor especial que dificultaba la respiración, aún a la distancia
de unas diez manzanas de la tragedia, el rostro adolorido y asombrado de tantas
personas, tan diferentes, incluso en sus rasgos físicos, hermanados todos por
un mismo impacto, cuánto dolor...
Podemos ver, en las noticias, ese dolor aún reflejado en muchos rostros con
lágrimas en sus ojos, con el dolor latente.
Las lecturas de la Palabra de hoy evocan esa tendencia de la
incapacidad que tenemos todos, en un momento dado, de no saber perdonar, de
fijarnos en la pelusa que asoma en el ojo del otro, de creernos en el derecho
de comentar ese defecto, ese error; en el derecho de censurarlo e, incluso, en
casos extremos como los del 9/11, de tomar la vida de estos, sin más; creyendo
que es lo que debemos hacer.
¿Cómo es posible que el mundo no aprenda que primero hay que ver la
VIGA en nuestro propio ojo y trabajar en sacarla, para después poder estar más
libres y ayudar a nuestro hermano a sacar la suya, de la cual yo sólo puedo ver
una pelusa? Cuando se habla de que "un
ciego no puede guiar a otro ciego", es precisamente de eso de lo que
se trata, de que primero debemos trabajar y trabajar en nosotros, para poderles
dar enseñanzas a los demás. Los asaltantes del World Trade Center no eran más que esto: ciegos guiados por otros
ciegos; pero ¿no vemos cuan frecuentemente, en nuestros propios hogares nos
comportamos así, aún a un nivel diferente? Y ¿no está ahí la raíz de los
desastres?
En Ámense podemos ver claro que la verdad y la luz de la Vida, que
puedan tener las personas, se forja desde un hogar armónico. Y es el matrimonio
la primera y mejor instancia para ello; pero cuando censuramos a nuestra pareja
y nos creemos en el derecho de irrumpir en su vida, a través de la crítica y de
la inflexibilidad, no vemos nuestros errores, que pueden estar propiciando que
salgan los del otro, en vez de unirse en un mismo dolor, en una misma alegría,
en una misma vida, en el Camino que el Padre tiene trillado para nosotros, cada
cual desde su propia luz; que adquiere total esplendor en la integración profunda
de dos corazones unidos en el Amor mismo.
Deseamos que esta horrenda realidad del 9/11, de cuyas bases ciegas
sigue brotando el humo negro del terrorismo; nos sirva hoy, no sólo para estar
tristes; sino para –al menos- reflexionar y crecer desde dentro, respondiendo
así al Llamado que cada cual tiene de Él, buscando su armonía y su Luz para
nosotros y para nuestros menores; creando una barca de amor segura, que pueda
quedar siempre a salvo de las olas del mar.
Todavía respiramos la fuerza del Amor de la Madre de la Caridad que
celebramos este pasado día 8 y deseamos que su Mensaje, al aparecer flotando
sobre el Mar, llegue aún a muchas personas y familias, para salvación de este
mundo.
Reciban el Abrazo de la Luz y del Amor
Sara y Alberto