
Si me hubieran dicho hace sólo unos años que
el ser abuela haría más fuerte mi vínculo con mi Padre, no es que no lo hubiera
creído, pues siempre mi fe me ha ayudado a creer que todo me acerca a El, pero
si me hubiera preguntado cómo se daría esta cercanía en un vínculo como ése, el
de ser abuela, pues bien, ya lo he experimentado, lo he vivido, y ahora lo
comprendo y quiero llevar mi vivencia a ti, si, porque a veces no hacemos
conciente lo que estamos viviendo y la mirada de otro puede servirme de espejo
a mi mismo y descubrir cosas que sentía, que miraba y no veía, que oía y no
escuchaba...
Fíjate, yo comprendí que me acercaba mucho
más a Dios cuando mi corazón se llenaba de una ternura nueva, de un amor
delicado y suave, pero a la vez firme y seguro. Cuando escuchaba esa vocecita
tierna y sonora como una campanita, llena de alegría y de curiosidad, ese
placer de cuidarle y darle lo que va necesitando en cada momento, cuando está
conmigo, sin apuros, sin presiones, estando allí sólo para él, o para ella,
alimentándolos, aseándolos, jugando con ellos, enseñándolos, llevándolos al conocimiento
del pedacito de vida que me corresponde enseñarles, disfrutando al máximo de
esa dicha de tenerlos, el sentir sus fuerzas sobrepasando las mías, el vigor y
la energía de la vida que comienza, en contraste con la vida que va terminando,
eso, es la maravilla más especial de nuestra existencia. ¡Cómo esa vidita nos
recuerda la vida de nuestros hijos, cómo nos los refleja en muchas cosas, cómo nos
recuerda nuestros aciertos y errores en la crianza de nuestros hijos, cómo
reaviva nuestra maternidad o paternidad, reflejadas ya en un sentir suave y
libre, si, yo descubrí que mi vínculo con Dios crecía, cuando comprendí que mi
amor por mis nietos era un amor libre,
¡si libre!, porque mis responsabilidades ya no eran directas. Descubrí que yo
no era la persona encargada de criar
a mis nietos y, eso me liberaba de los temores a lo desconocido en esas obligaciones.
Me dejaba libre para amarlos, y solo eso, amarlos, sin más.
Con mi hijo yo sentía y siento un amor
inmenso y no es posible compararlo con nada más, sin embargo, también sentía
una tremenda responsabilidad, debía preocuparme y, sobre todo, ocuparme de todo lo suyo, cualquier
error que cometiera, aunque fuera solo por falta de experiencia, por simple que
fuera, repercutía en la vida de mi hijo de manera directa. Puedo decir que mi
libertad personal se expresaba más que nada en la renuncia, la entrega, el
sacrificio; ahora con mis nietos no siento eso, mi amor por ellos es también incondicional,
pero soy más libre para disfrutarlos, mi libertad se expresa más en el gozo de
simplemente darme. En los ratos que
están conmigo, los enseño, los educo, los instruyo, pero libremente, sin
prisas, sin tensiones. Y en cuento a mis enseñanzas, hay una fundamental y
constante: el asegurarles de "un hecho cierto": que sólo se deben a
sus padres, que ellos son las personas más importantes de sus vidas, que a
ellos hay que obedecerlos siempre, que mamá
y papá son las personas que más los aman y más ellos aman; reforzando lo
que es bueno y válido en esa relación especial y única de padres e hijos... Es
así que mi participación, mi aporte, lo experimento siempre muy libre.
Siento mi cercanía con Dios cuando veo los
errores que cometen mis hijos, que por mi sabiduría de lo "ya vivido"
comprendo, y no juzgo, pero que me hacen sufrir, pues no puedo cambiarlos, es
ahí que me vinculo más aún con mi Padre, cuando no puedo, ni debo decir lo que
veo, cuando debo esperar que me pidan recomendaciones o consejos, y cuando mi
voz no siempre es escuchada; pero sobre todo, crece mi vínculo con mi Padre,
cuando no puedo "hacer nada" cuando veo y debo callar, cuando a veces,
mis recomendaciones no se valoran, cuando compruebo que hay errores en la forma
de tratar a mis nietos, a pesar de que los padres los aman y los cuidan al
extremo. Yo veo los errores que me permite la vida ya vivida, en mis propios
errores de juventud donde los encuentro reflejados, y ante lo cual, sólo puedo
orar, y orar y orar. De esta manera mi fe crece inmensamente, pues puedo ver,
más tarde, que la oración sí funciona y casi que, como por magia, todo se
desvanece y las recomendaciones mías que no fueron escuchadas, son asumidas por
mis hijos en silencio y hasta superadas, en beneficio de mis nietos y, esto me
lleva a la cercanía mayor a mi Padre, pues cuando compruebo que mis nietos son
tratados conocidamente por sus padres, cuando veo sus caritas sonrientes y
felices, cuando recibo el agradecimiento de mis hijos por mi entrega, entonces
puedo decir que estoy en la Gloria, viendo el rostro de mi Padre en esos
rostros; pues compruebo, una vez más, como dice el Himno de Ámense: que en el niño está la esencia de Dios.
Espero que mis vivencias no te hayan molestado,
o aburrido, sino que hayan servido para verte reflejada/o en ellas.
Feliz día del ABUELO.
Un abrazo de abuela. Sara, no sin mi Alberto