Por Sara Mateo
¡Muchas felicidades a todas las mujeres! en especial a las que conozco y de alguna forma, con las que tengo un vínculo familiar o de amistad, con las que comparto sólo pedazos de mi historia, felicidades también a con las que me relaciono, aunque conozco menos, felicidades a aquellas con las que compartí hace años atrás, que fueron amigas, o con las que compartí un trabajo o una lucha, a las que ya no veo, a las que ya casi no conozco, pues los años y la distancia han hecho sus estragos...
A todas las mujeres, que por el hecho de serlo, nos confiere un vínculo único pues, compartimos esa identidad especial donada por el Padre de ser eso: mujeres, madres, esposas, familia, amigas, conocidas, desconocidas, en fin… Todas tenemos ese denominador común de vivir múltiples combinaciones, delicadeza y rudeza; ternura y firmeza, debilidad y fortaleza, si, porque hay muchos contrastes en la vida de la mujer, que no llegan a ser antagónicos, sino que se llevan en un mismo tiempo y dentro de una misma.
Sí, esto nos distingue: el poder con tanto, el saber crecernos en los retos de la vida. Es que estamos creadas para la vida y la vida es eso: contrastes, altas y bajas, angustias y calmas, y la mujer, es capaz, en su mayoría, de enfrentar y de afrontar la vida, y hasta lo que nos llega de más. No sólo vivimos toda esta realidad, sino que acompañamos a otros a vivirla, en especial al esposo, que está creado diferente, y somos nosotras, las mujeres, las que, en su mayoría, gracias a esos contrastes, damos un sello especial a todo, haciendo que cobre mayor sentido el vivir juntos, acompañando al hombre que escogimos y que nos escogió.
¡Cuan agradecida he estado siempre y más hoy que me encuentro en la séptima década de mi vida! ¡Cuan agradecida a Dios por haberme creado como esta mujer que he sido y que soy hoy! Exclusiva para este hombre, mi esposo, con quien he podido experimentar Su mandato, convertido en promesa cumplida: juntos dominarán al mundo.
Sí, porque cuando nos encontramos, como Él nos creó, hombre y mujer, y nos unimos bien integrados, amándonos con exclusividad; somos entonces más que fuertes, somos de verdad empoderados, somos independientes, somos una potencia. Somos mucho más de lo que somos cada uno por separado, al integrarnos uno al otro en el amor.
Y esta experiencia es lo máximo que podemos tener, no miremos al lado, no nos comparemos con nadie, sigamos firmes en lo que somos, en quienes somos. Amémonos en nuestra identidad, que no depende de nadie más que de nuestras acciones en la vida, de nuestras decisiones, de nuestros aciertos. Y, por sobre todo, hagamos honor al Amor con el que el Padre nos ha concebido así, como mujer. Y en nuestra respuesta a Él, para lograr sentir la maravilla de serlo y, muy en especial, para alcanzar el mayor reto de la vida entera: LA MATERNIDAD, que puede ser ejercida con hijos propios o no, pero que siempre está ahí dispuesta para crecerse en los hijos, en las profesiones, en los talentos, en las vocaciones, en todo.
Sí, porque cada cosa que es tocada por una mujer cobra vida, pues ella tiene la impronta de ser el Sello final con quien el Creador hizo el mundo. Por eso, toda mujer tiene en sí el brote constante de la vida y del progreso, de recrear y hacerlo crecer todo.
Ser la mujer que soy es lo más sublime y, a la vez, puede ser también lo más sencillo. Sólo eso, dejarme ser, y llegar a realizar, siempre más y más, esta mujer, única e irrepetible™.
Abrazos,
Sara, no sin mi Alberto
Miami, 8 de Marzo, 2022